martes, 8 de julio de 2008

MI PUEBLO

Eco misterioso que se lleva el viento.
Horizonte abierto a una esperanza,
a una risa, a un intento de buscar un algo
escondido en el abismo que se abre
entre los cerros que contemplan, mudos,
los misterios en sus sueños.
En el fondo del abismo, mi pueblo.
Con sus hombres encorvados
sobre el arado, despiertos; casas solariegas y un cementerio.
Sus viejos en la plaza
al calor de sus recuerdos; los niños correteando
para alcanzar sus anhelos.
Las mujeres, en sus casas, al cuidado del puchero.
Una iglesia derruida con un Jesús siempre dentro,
solitario, recogido, siempre despierto
y un cura, aún jovenzuelo, que lo cuida y lo deja,
lo coge y lo toma en sus brazos. Un claustro desolado.
El recuerdo de un convento que fue vida y alegría,
ahora silencioso y muerto,
donde sólo algún pájaro,
que vagabundo se pierde en sus sueños,
rompe con su vuelo el silencio.
Unos muros cenicientos, un jardín desolado
y un ciprés en el medio.
También tiene un tonto mi pueblo.
Con su reir indefenso contempla
embelesado a los niños en sus juegos.
También hay un muerto, Antonio, el barrendero,
que quiso gozar lejos, muy lejos, él solo de sus sueños.
Y nos dejó para siempre, a los niños,
a los hombres, las mujeres y los viejos.
Así es mi pueblo, con sus niños, sus mujeres,
sus hombres, sus recuerdos.
Las calles empedradas. Unas veces
con sus ruidos de animales con cencerros
y en las noches con su adorado silencio.
Sus casas, unas blancas y otras sucias
por el paso de los tiempos, por el aire,
por la lluvia, por el frío del invierno.
Con su iglesia derruída,
con su tonto y con su muerto. Así es mi pueblo.


Juan Manuel

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